jueves, 3 de noviembre de 2011

Madrileña Viajera

Me encanta sentarme en tu salón y quedarme mirando el arco y el carjab tagalo que cuelga de la pared. Es como si saliera otra vez en mi barco a encontrarme con algún lugar desconocido en el que me estuviera esperando lo inexplorado. Esa misma sensación la tengo cuando te observo sin que me mires. Tu cuello fino y largo me anuncia una espalda suave que invita a la caricia como medio de transporte a lo largo de toda tu geografía. El explorar lugares más ocultos es un rito iniciático que me sobrecoge y me trae recuerdos de expediciones de las que nunca regresas por mucho que tu cuerpo este de vuelta al hogar, por que tu corazón se ha quedado vagando sin intención de retorno.

Cada vez que puedo bucear en tus ojos descubro un motivo nuevo para pelear contra la maldición que me ata a tierra y siento la mar que me invade de los pies a la cabeza como un maremoto lento e imparable. Un leve roce de tus dedos me traerá a tierra de nuevo pero el vértigo de tus caricias no me dejará indiferente y caeré en un nuevo viaje en el que empeñaré la razón y la locura en una mezcla sutil de proporción cambiante.

Te escucharé con todos mis sentidos alerta, las historias de tus viajes. Me saben a vainilla y ron y huelen a la lluvia de la jungla. Son parte de ti y fluyen desde tu boca a mis recuerdos como el río Usumacinta, serpenteando desde tu boca para acariciar mis oídos y depositarse en el cerebro para que las paladee lentamente como un vaso de buen vino, sin prisa, deleitándome en el detalle o en la visión global, como si manejara mi catalejo de navegante.

Mi querida madrileña viajera, ligera como la brisa marina pero fuerte como una Ceiba, no dejes de narrarme tus viajes y de mirarme como si en cada pestañeo temieras que desaparecería, eres mi isla perdida en el mar oscuro en el que me han obligado a anclar mi barco, la esperanza de salir por fin a mar abierto y recuperar la condición humana.

Muéstrame el camino a seguir con la cartografía inequívoca de tu cuerpo, la única forma de encontrar la genuina vereda.

No me olvides soy alquibla el navegante el que te espera impaciente para no tener que regresar nunca a casa.

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