miércoles, 14 de diciembre de 2011

Lisboa

Lisboa es una ciudad que se vive con los pies y se siente con los ojos. No hay nada como recorrer el barrio alto y dejarse arrastrar sin rumbo hasta donde nuestros pasos nos conduzcan por el puro instinto viajero.

Hay que mirarla y verla desde todos los ángulos para dejar que se filtre por nuestros ojos y nuestro corazón, para que podamos rendirnos a su canto de sirena y perder los prejuicios que no nos dejan valorar su belleza rota.

Al anochecer hay que sentarse en las escalinatas del muelle cercano a la Plaza del Comercio y contemplar el desembarco de los espectros de los marinos que dejaron su vida en la búsqueda del Nuevo Mundo o en la búsqueda del sustento simplemente. Oírles contar sus vivencias, sus desgracias o los amores que nunca pudieron ser tiene música de fado y silba en los oídos como el acento de su idioma.

He podido disfrutar de la compañía de marinos que perdieron su vida y sus ilusiones en la mar y sentados en la corroída piedra del muelle cuentan o cantan, según sople el viento, su historia y la de muchos otros que no tienen ya ni la fuerza para salir del purgatorio de los marinos y compartir lo que tiene su seco corazón.

Esta ciudad tiene todo eso y mucho más, solamente hay que dejarse llevar, no resistirse a la marea que te arrastra a lugares ignotos con disfraz cotidiano y que esconden tesoros para los elegidos a formar parte de  la flota de buques fantasma, errantes por su Mar de la Paja, que esconde el abismo en sus negras aguas.

Vive su historia en la brisa de la tarde que te hablará de ilusiones perdidas, de cacao y ron. Escucha la luz de su atardecer que nos engañará con la presencia de las ballenas que los míticos balleneros portugueses cazaron en pelea cara a cara y que vienen a reclamar el alma de los que las dieron muerte, para tener su revancha en los mares del inframundo.

Agudiza tu vista y podrás ver cómo se dibuja la enorme silueta de la ballena blanca con un bosque de arpones clavados en su lomo y que golpea con la cola el agua para retar a Ahad a un duelo eterno que desea tanto como el capitán,  pero que nunca tendrá un vencedor por ambos nacieron perdiendo la batalla.

Por si todo esto no te es bastante, sube al viejo castillo y mira lejos para que puedas ver la silueta del Nuevo Mundo que hechizó a los navegantes y los lanzó a lo desconocido, en busca de la gloria o la muerte. Mira atentamente con tu corazón y siente la llamada de la aventura de viajar hacia el límite del horizonte o hacia la zona que se desdibuja en las cartas de navegación retándonos.

Y si tienes miedo de vivir, quédate sentado y contempla por la ventana de tu casa cómo se te escapa la vida por las grietas de tu alegría, hacia los desagües de la felicidad.

No te olvides soy alquibla el navegante y continúo en la búsqueda de lo que no puedo encontrar.